El Milagro de San Dimas

En la corte del rey Sol,

las señoras, religiosas y devotas por demás,
le pidieron a San Dimas un milagro
que San Dimas concedió sin vacilar.

Le pidieron que al nacer todos los niños,
los dolores que las madres padecieran,
los sufrieran por igual todos los padres
y así fuera igual el trance de ellos y ellas.

 

Y así sucedía, por orden del Cielo
cada vez que al mundo venía un chicuelo.

Tururú que era el nombre de la reina
estaba en trance preventivo a dar a luz,
y ya el rey se disponía al sufrimiento
como esposo de la bella Tururú.

 

Rodeado de doctores sapientísimos,
acostado sobre gruesos almohadones,
esperaba con muchísima impaciencia
la llegada de las grandes emociones.

Y toda la corte feliz esperaba
que llegara el niño que tanto se ansiaba.

 

Tras el largo sufrimiento de la reina,
el pequeño principito al fin nació,
pero el Rey, que se encontraba tan tranquilo,
ni el más leve dolorcito padeció.

 

Mientras tanto, un gentilhombre muy garboso,
ayudado de su fiel palafrenero,
retorcíase en dolores espantosos
al momento de nacer el heredero.

 

Y es que San Dimas había prometido,
que sufriera el padre, pero no el marido.