La serrana de la Vera

En Garganta de la Olla, legua y media de Plasencia,

se pasea una serrana, blanca, rubia y halagüeña,

con la honda en la cintura y terciada su escopeta.

Cuando tiene sed de agua, se sube por la ribera;

cuando tiene sed de hombres se baja por la vereda.

Pasan hombres, pasan hombres, no pasa el que ella desea.

Ha pasado un soldadito, licenciado va a su tierra,

le ha agarrado de la mano, para su cueva le lleva.

Le ha mandado hacer la lumbre con huesos y calaveras

y el soldado la pregunta: “¿De qué es esta leña seca?”

“Es de un hombre como tú que he matado en esta cueva

y lo mismo haré contigo cuando la rabia me venga”.

 

De conejos y perdices ha puesto una rica cena,

los conejos para él, las perdices para ella.

Acabados de cenar le mandó atrancar la puerta

y el soldado, que no es torpe, la dejó sólo entreabierta.

En cuanto la vio dormida, se echó fuera de la cueva.

Legua y media lleva andada sin volverse la cabeza.

Una vez que la volvió, ojalá no la volviera,

vio venir a la serrana, bramando como una fiera.

Una honda que traía, se cargó de una gran piedra;

con el aire que la arroja le derriba la montera.

En la encina que pegó, partida cayó por tierra:

“Vuelve, vuelve, soldadito, vuélvete por tu montera”.

“Mis padres, que son muy ricos, me comprarán otra nueva

y si no me la compraran, me pasaría sin ella”